jueves, abril 27, 2006

Pido y ¿me darán otro sol?*

“Trágicamente, el hombre está perdiendo el diálogo con los demás y el reconocimiento del mundo que lo rodea, siendo que es allí donde se dan el encuentro, la posibilidad del amor, los gestos supremos de la vida.

... Es apremiante reconocer los espacios de encuentro que nos quiten de ser una multitud masificada mirando aisladamente la televisión. Lo paradójico es que a través de esa pantalla parecemos estar conectados con el mundo entero, cuando en verdad nos arranca la posibilidad de convivir humanamente, y lo que es tan grave como esto nos predispone a la abulia. Irónicamente he dicho en muchas entrevistas que “la televisión es el opio del pueblo”, modificando la famosa frase de Marx. Pero lo creo, uno va quedando aletargado delante de la pantalla, y aunque no encuentra nada de lo que busca lo mismo se queda ahí, incapaz de levantarse y hacer algo bueno. Nos quita las ganas de trabajar en alguna artesanía, leer un libro, arreglar algo de la casa mientras se escucha música o se matea. O ir al bar con algún amigo, o conversar con los suyos. Es un tedio, un aburrimiento al que nos acostumbramos como “falta de algo mejor”. El estar monótonamente sentado frente a la televisión anestesia la sensibilidad, hace lerda la mente, perjudica el alma.

Al ser humano se le están cerrando los sentidos, cada vez requiere más intensidad, como los sordos.

... El hombre se está acostumbrando a aceptar pasivamente una constante intrusión sensorial. Y esta actitud pasiva termina siendo una servidumbre mental, una verdadera esclavitud.

Pero hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse. No mirar con indiferencia cómo desaparece de nuestra mirada la infinita riqueza que forma el universo que nos rodea, con sus colores, sonidos y perfumes.

... Creo en los cafés, en el diálogo, creo en la dignidad de la persona, en la libertad. Siento nostalgia, casi ansiedad de un Infinito, pero humano, a nuestra medida...”

(Extractos de su ensayo La Resistencia)


* Titulo tomado de una canción de Julieta Venegas, aunque originalmente es sin signos de interrogación 

jueves, abril 20, 2006

Confesion propia con palabras ajenas:

Yo nací un día
que Dios estuvo enfermo,
grave.

César Vallejo. "Espergesia" (fragmento)

martes, abril 18, 2006

El regreso.

"De EL GRAN GATSBY P.2: Cuando regresé del Este el otoño pasado, sentí que deseaba que el mundo estuviera uniformado y en una especie de permanente alerta moral; no quería más excursiones tumultosas con visiones privilegiadas del corazón humano

- Se trata de otro "Este" pero no importa. La cita es pertinente".

En "YO, ETCÉTERA" de SUSAN SONTAG.

lunes, abril 17, 2006

"Elizabethtown" de Cameron Crowe


Comentario de la película en www.cinematografia.cl

jueves, abril 06, 2006

SABINA EN EL ULTIMO ANDEN (CHILE)



COMO UN DOLOR DE MUELAS

Como si llegaran a buen puerto mis ansias,
como si hubiera donde hacerse fuerte,
como si hubiera por fin destino para mis pasos,
como si encontrara mi verdad primera,

como traerse al hoy cada mañana,
como un suspiro profundo y quedo,
como un dolor de muelas aliviado,

como lo imposible por fin hecho,
como si alguien de veras me quisiera,
como si al fin un buen poema me saliera...
una oración.

Como si la arena cantara en el desierto
los cantos de sirena del mar Muerto,
como si para crecer sobraran las escaleras,
como si escribiera un ciego un libro abierto.

Ven a poblar el zócalo de ojos,
siembra de migas de pan caliente
mis canas de alcanfor adolescente.

Ponle al sordo voz y alas al cojo,
bendice nuestro arroz, nuestro minuto,
como si no fuéramos cómplices del luto...
del corazón".

PECES DE CIUDAD

Y desafiando el oleaje
sin timón ni timonel,
por mis sueños va, ligero de equipaje,
sobre un cascarón de nuez,
mi corazón de viaje,
luciendo los tatuajes
de un pasado bucanero,
de un velero al abordaje,
de un no te quiero querer.

Y cómo huir
cuando no quedan
islas para naufragar
al país
donde los sabios se retiran
del agravio de buscar
labios que sacan de quicio,
mentiras que ganan juicios
tan sumarios que envilecen
el cristal de los acuarios
de los peces de ciudad

que mordieron el anzuelo,
que bucean a ras del suelo,
que no merecen nadar.

que perdieron las agallas
en un banco de morralla,
en una playa sin mar.

ARENAS MOVEDIZAS

Mañana cuando era tan pequeño
por el Acantilado del Obispo caí
persiguiendo un pájaro sin dueño
y aterricé en un polvorín
de arenas movedizas
bajo un cielo de betún,
caracolas que agonizan
sin decir ni mu.

Cuando el gallo a sueldo de la madrugada,
llegó con su kikirikí,
desperté soñando que viajaba
desnudo con un maletín
de arenas movedizas
bajo un cielo de alquiler,
alfileres que agonizan
antes de nacer.

A mi cita fui pero el horizonte
se había cansado de esperar,
me llamó san Pedro por mi nombre
y no le quise contestar.

Y arenas movedizas
bajo un cielo de almidón,
paquebotes que aterrizan
sin pedir perdón.

Arenas movedizas
bajo un cielo regaliz,
ascensores que agonizan
por la cicatriz.

CALLE MELANCOLÍA

Como quien viaja a lomos de una yegua sombría,
por la ciudad camino, no preguntéis adónde.
Busco acaso un encuentro que me ilumine el día,
y no hallo más que puertas que niegan lo que esconden.

Las chimeneas vierten su vómito de humo
a un cielo cada vez más lejano y más alto.

Por las paredes ocres se desparrama el zumo
de una fruta de sangre crecida en el asfalto.

Ya el campo estará verde, debe ser Primavera,
cruza por mi mirada un tren interminable,
el barrio donde habito no es ninguna pradera,
desolado paisaje de antenas y de cables.

Vivo en el númeor siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía.

Como quien viaja a bordo de un barco enloquecido,
que viene de la noche y va a ninguna parte,
así mis pies descienden la cuesta del olvido,
fatigados de tanto andar sin encontrarte.

Luego, de vuelta a casa, enciendo un cigarrillo,
ordeno mis papeles, resuelvo un crucigrama;
me enfado con las sombras que pueblan los pasillos
y me abrazo a la ausencia que dejas en mi cama.

Trepo por tu recuerdo como una enredadera
que no encuentra ventanas donde agarrarse, soy
esa absurda epidemia que sufren las aceras,
si quieres encontrarme, ya sabes dónde estoy.
Vivo en el número siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía

SIETE CRISANTEMOS

Si alguna vez he dado más de lo que tengo
me han dado algunas veces más de lo que doy,
se me ha olvidado ya el lugar de donde vengo
y puede que no exista el sitio adonde voy.

A las buenas costumbres nunca me he acostumbrado,
del calor de la lumbre del hogar me aburrí,
también en el infierno llueve sobre mojado,
lo sé porque he pasado más de una noche allí.
En busca de las siete llaves del misterio,
siete versos tristes para una canción,
siete crisantemos en el cementerio,
siete negros signos de interrogación.

En tiempos tan oscuros nacen falsos profetas
y muchas golondrinas huyen de la ciudad,
el asesino sabe más de amor que el poeta
y el cielo cada vez está más lejos del mar.

Lo bueno de los años es que curan heridas,
lo malo de los besos es que crean adicción;
ayer quiso matarme la mujer de mi vida,
apretaba el gatillo... cuando se despertó.

Con siete espinas de la flor del adulterio,
siete carreteras delante de mí,
siete crisantemos en el cementerio,
siete veces no... siete veces sí.

Me enamoro de todo, me conformo con nada;
un aroma, un abrazo, un pedazo de pan
y lo que buenamente me den por la Balada
de la Vida Privada... de Fulano de Tal.

Siete crisantemos en el cementerio,
siete despedidas en una estación,
siete crisantemos en el cementerio,
siete cardenales... en el corazón.