miércoles, agosto 31, 2005

cosas verdaderas

En la inercia de una tarde de lluvia cualquiera, viendo videos musicales de un canal de cable, me topo con un odiosamente siempre sonriente Quique Neira cantando repetidamente "un millón de cosas buenas para los dos." Pensamiento inmediato: yo no quiero "esas" cosas buenas. Pensamiento siguiente: ¿qué cosas buenas de la vida encabezarían mi listado? Un café en la mañana, sus ojos mirándome, una canción de Tori Amos, un par de esas películas que hablan de tu vida sin pretenderlo, que sé yo. No tengo muy claro por qué, pero uno siempre sabe mejor lo que no quiere hacer, más que lo que de verdad desea. Aprendemos a ser personas por contraste, por ejemplo, si cuando niño, nunca viste a tus papás expresarse afecto abiertamente y el matrimonio sólo continuaba por ser una cómoda rutina, probablemente prometerás no casarte o que si lo haces, le dirás a tu pareja lo que sientes a cada momento aunque todo se desarme, aunque duela. Si una vez que saliste del colegio, tus viejos te presionaron de una manera u otra para escoger una carrera, te jurarás a ti mismo, que cuando tengas un hijo "que haga lo que él quiera, lo importante es que sea feliz" será mucho más que una frase dicha a las personas que van a ver tu guagua poco después que nació y ya tienen curiosidad por saber cuánto te enorgullecería que tu descendencia, siguiera tu mismo camino. Si durante tus primeros dieciocho años de tu vida viste a tus papás trabajar todo el día, sin tiempo ni siquiera para disfrutar los frutos de dicha labor, lo más seguro es que pienses que tú trabajarás para vivir y no al revés. Aunque también es muy probable que muchas de estas cosas las repitas en tu vida adulta, sin darte cuenta. No es que nuestro pasado este lleno de traumas y que no hayan cosas positivas que rescatar para hacer nuestro futuro. Las "cosas buenas" también las heredamos, pero de manera imperceptible, no recordamos su origen ni su utilidad, sólo están ahí, te constituyen como individuo. Son tus cosas verdaderas.
Cada vez que intento definir experiencias de vida, recuerdo un cuento que leí hace mucho tiempo, trataba de la vida de un tipo, desde su nacimiento hasta su muerte. Lo curioso, era que cada palabra era una marca de productos, algo así como que la primera palabra fuese pañales Huggies y la última ataúd de madera x. El cuento, temáticamente, hablaba de la pérdida de la inocencia, la ambición y la inevitable decadencia del ser humano. Algo así como una versión posmoderna de "del polvo nacimos y en polvo nos convertiremos." A partir de dicha experiencia de lectura, recuerdo que deduje con alivio que si hicieran eso con mi propia existencia, el efecto estético y simbólico del relato no funcionaría, porque la mía, e incluso la de mi generación, estaría exenta de objetos clichés representativos de etapas, del tipo reloj rolex o lápiz bic, como se quiera, a gusto del consumidor. Cada persona es única. Adiós a los lugares comunes.
Ocho años más tarde, pienso lo mismo, estoy segura que el mecanismo resultaría ineficaz para definir a una persona, aunque estoy convencida que sería altamente certero, utilizar sustantivos y algunos adjetivos del tipo: Nacimiento complejo. Alegría inocente. Movimientos inquietos. Protección afectiva. Tardes de juegos. Calor de familia. Fe. Ojos abiertos. Lucidez consciente. Reglas equivocadas. Flujo adolescente. Dudas. Sabor tuyo en mi boca. Escepticismo. Lucidez herida. Simples placeres. Amor. Pérdidas irreparables. Dolor encapsulado. Miedo. Indiferencia. Temblor. Certezas. Energía intermitente. Silencio.