ROBERTO ZUCCO: La vida es una cárcel con las puertas abiertas.*
“Si todo ocurre como afirma,
tanto importa darse a la fuga como permanecer.
Comienzo a estar cansado ya del sol.
Quisiera ver destruido el orden de este mundo”
William Shakespeare.
El montaje de Victor Carrasco de la obra “Roberto Zucco” escrita por Bernard-Marie Koltés (estrenada en el marco del Festival Santiago a Mil 2006) nos permite adentrarnos en el interior del ser humano y de esas heridas abiertas, incurables, imposibles de cicatrizar. Advertencia: el dolor producido por esa laceración es contagioso, puesto que ningún espectador atento saldrá de la función sin reconocer en la fragilidad de estos personajes, su propia vulnerabilidad.
La obra muestra el periplo de un asesino, Zucco, que ha escapado de la cárcel. Por ende, ante nuestros ojos se suceden una serie de actos que reúnen una diversa gama de personajes (a la deriva, impotentes, solos, extraviados o en vias de estarlo) que de una forma u otra se enlazan con el tránsito del protagonista, interpretado por el siempre sólido Néstor Cantillana. Seres intrínsicamente heridos, agredidos. Víctimas por naturaleza. Me explico: a través del texto, Koltés plantea que la violencia es inherente al hombre y que el primer acto de violencia al cual es sometido el ser humano: es ser dado a luz, en cuanto al nacer somos arrojados a un mundo que nos usa y maltrata. La vida es un camino de corrupción, donde es violada una y otra vez de modo irrecuperable aquella inocencia primera. El personaje que interpreta una sorprendente Patricia López se hace cargo de dicha problemática y la metáfora perfecta la da Claudia Di Girolamo (su hermana) al arrojar al suelo un adorno de porcelana y compararla con el destino del hombre. Sólo es una cuestíón de tiempo que la tragedia se apodere de la existencia y la destruya irreversiblemente. Una vez iniciada esa invasión, el individuo queda vulnerable a todo tipo de violación de su integridad, careciendo de la fuerza y la motivación para oponerse a ella. Se expone, sin más opción, a las distintas formas y caras que personifican el mal. Quienes intentan resguardarse aparecen desesperados y desequilibrados por la angustia de pelear contra un enemigo invisible y todo poderoso que los somete. Sobrecogedor resulta el mónologo en que Di Girólamo busca a su hermana menor, llenando el escenario de profundidad y tensión dramática, resaltando la brillantez del texto con el extraordinario nivel de actuación al que nos tiene acostumbrados la actriz. Escalofriante es el diálogo entre López y su hermano (Pérez-Bannen) en el que este le enrostra su alivio al no tener que protegerla más inútilmente.
“El pecado no se expía en las iglesias
sino en la casa y en las calles”
En “Mean Streets” de M. Scorsese.
En una sociedad en que la tragedia está siempre al acecho, de modo natural, el asesino pierde su particular carácter invasivo y atemorizante. La “rehén” no teme morir: “Mátame, si igual me voy a morir” le señala Ximena Rivas a Zucco, ya que es una víctima que no le aterroriza serlo, porque siempre lo ha sido, de diferentes maneras. Sólo le reprocha haber matado a su hijo porque este llevaba su sangre, es decir, constituía su única forma de trascender. Por su parte, Roberto tiene miedo, ya que también es potencial víctima porque está rodeado de sangre, de otros asesinos, delincuentes, agresores, iguales que él, pero que su actuar ha sido legítimado, avalado, propiciado por el sistema social-cultural. Es por esto que hay, simbólicamente un acto de redención en la violencia y en los asesinatos de Zucco, debido a que en ellos subyace su deseo de salvación. Al matar a sus padres se rebela ante quienes lo concibieron y lo predestinaron al sufrimiento y a la resignación. Así, elimina el resentimiento ante su propio destino y se “rebautiza” como combatiente (en el momento en que le pide su traje de “soldado” a su madre, la mata, se desnuda y se lo pone)
En un mundo en que, metafóricamente, todos somos victimarios y/o agonistas, encarcelados por las un plan superior que rige nuestra vida, el que se asume y se designa como tal, se dignifica. De esta manera, el asesino prófugo que se libera de sus ataduras interiores y exteriores, se transforma en un héroe, envidiado y admirado por el resto de la sociedad, los que están presos en rejas invisibles pero infranqueables, jugando a ser libres.
*Título extraído de una estrofa de la canción “Media Verónica” de Andrés Calamaro.