sábado, enero 28, 2006

ROBERTO ZUCCO: La vida es una cárcel con las puertas abiertas.*




“Si todo ocurre como afirma,
tanto importa darse a la fuga como permanecer.
Comienzo a estar cansado ya del sol.
Quisiera ver destruido el orden de este mundo”
William Shakespeare.

El montaje de Victor Carrasco de la obra “Roberto Zucco” escrita por Bernard-Marie Koltés (estrenada en el marco del Festival Santiago a Mil 2006) nos permite adentrarnos en el interior del ser humano y de esas heridas abiertas, incurables, imposibles de cicatrizar. Advertencia: el dolor producido por esa laceración es contagioso, puesto que ningún espectador atento saldrá de la función sin reconocer en la fragilidad de estos personajes, su propia vulnerabilidad.
La obra muestra el periplo de un asesino, Zucco, que ha escapado de la cárcel. Por ende, ante nuestros ojos se suceden una serie de actos que reúnen una diversa gama de personajes (a la deriva, impotentes, solos, extraviados o en vias de estarlo) que de una forma u otra se enlazan con el tránsito del protagonista, interpretado por el siempre sólido Néstor Cantillana. Seres intrínsicamente heridos, agredidos. Víctimas por naturaleza. Me explico: a través del texto, Koltés plantea que la violencia es inherente al hombre y que el primer acto de violencia al cual es sometido el ser humano: es ser dado a luz, en cuanto al nacer somos arrojados a un mundo que nos usa y maltrata. La vida es un camino de corrupción, donde es violada una y otra vez de modo irrecuperable aquella inocencia primera. El personaje que interpreta una sorprendente Patricia López se hace cargo de dicha problemática y la metáfora perfecta la da Claudia Di Girolamo (su hermana) al arrojar al suelo un adorno de porcelana y compararla con el destino del hombre. Sólo es una cuestíón de tiempo que la tragedia se apodere de la existencia y la destruya irreversiblemente. Una vez iniciada esa invasión, el individuo queda vulnerable a todo tipo de violación de su integridad, careciendo de la fuerza y la motivación para oponerse a ella. Se expone, sin más opción, a las distintas formas y caras que personifican el mal. Quienes intentan resguardarse aparecen desesperados y desequilibrados por la angustia de pelear contra un enemigo invisible y todo poderoso que los somete. Sobrecogedor resulta el mónologo en que Di Girólamo busca a su hermana menor, llenando el escenario de profundidad y tensión dramática, resaltando la brillantez del texto con el extraordinario nivel de actuación al que nos tiene acostumbrados la actriz. Escalofriante es el diálogo entre López y su hermano (Pérez-Bannen) en el que este le enrostra su alivio al no tener que protegerla más inútilmente.

“El pecado no se expía en las iglesias
sino en la casa y en las calles”
En “Mean Streets” de M. Scorsese.

En una sociedad en que la tragedia está siempre al acecho, de modo natural, el asesino pierde su particular carácter invasivo y atemorizante. La “rehén” no teme morir: “Mátame, si igual me voy a morir” le señala Ximena Rivas a Zucco, ya que es una víctima que no le aterroriza serlo, porque siempre lo ha sido, de diferentes maneras. Sólo le reprocha haber matado a su hijo porque este llevaba su sangre, es decir, constituía su única forma de trascender. Por su parte, Roberto tiene miedo, ya que también es potencial víctima porque está rodeado de sangre, de otros asesinos, delincuentes, agresores, iguales que él, pero que su actuar ha sido legítimado, avalado, propiciado por el sistema social-cultural. Es por esto que hay, simbólicamente un acto de redención en la violencia y en los asesinatos de Zucco, debido a que en ellos subyace su deseo de salvación. Al matar a sus padres se rebela ante quienes lo concibieron y lo predestinaron al sufrimiento y a la resignación. Así, elimina el resentimiento ante su propio destino y se “rebautiza” como combatiente (en el momento en que le pide su traje de “soldado” a su madre, la mata, se desnuda y se lo pone)
En un mundo en que, metafóricamente, todos somos victimarios y/o agonistas, encarcelados por las un plan superior que rige nuestra vida, el que se asume y se designa como tal, se dignifica. De esta manera, el asesino prófugo que se libera de sus ataduras interiores y exteriores, se transforma en un héroe, envidiado y admirado por el resto de la sociedad, los que están presos en rejas invisibles pero infranqueables, jugando a ser libres.

*Título extraído de una estrofa de la canción “Media Verónica” de Andrés Calamaro.

NARCISO: La libertad no es tuya.

“El hombre actual exige estar solo, cada vez más solo y luego no se soporta a sí mismo.”
Gilles Lipovetsky.

La chica súper poderosa del teatro local, la directora y dramaturga Manuela Infante responsable de la polémica obra “Prat” (2003) y de la extraordinaria “Juana” (2004) arremetió el 2005 con NARCISO, según muchos la mejor obra del año, merecido título que le valió una temporada a tablero vuelto en el Festival Santiago a Mil 2006.
NARCISO nos muestra a Esperanza frente a Clemente, su hermano, y a ambos frente al espejo y la manera en que enfrentan el reflejo de ellos mismos. Para lograr aquello la anécdota parece simple: Esperanza se encierra en el baño para esconderse del castigo de su madre, debido a que esta supo que usó un torpedo en una prueba de religión.
En el baño predomina el blanco y negro en un piso tipo tablero de ajedrez, junto a artefactos y vestuario negros, mientras que la puesta en escena es cuadrada, con público a ambos lados del escenario, ubicación que da al espectador la sensación de estar invadiendo la privacidad de los personajes. El aislamiento al que se someten da cuenta de una marginalidad, existiendo cierta referencia a la estructura dramática de las obras de Juan Radrigán, pues tal como los protagonistas de este autor, Esperanza y Clemente se autoexpulsan para enfrentar su historia, separándose de su medio social, quedando suspendidos en el tiempo, (percepción perfectamente lograda por medio del uso de las luces y apropiada música) tomando conciencia del sin sentido de su existencia. La diferencia radica en que la marginalidad de los personajes de Radrigán es gatillada por la situación socio-económica, pues son seres desposeídos, que carecen de lo elemental para cubrir sus necesidades básicas, mientras que los dos adolescentes de clase alta que protagonizan la obra de Infante, enfrentan la impotencia, la desesperanza desde el absurdo de la “sobreposesión” material, desde las consecuencias de un ensordecedor capitalismo tardío que los sumerge en lo que Lipovetsky ha denominado “la era del vacío.” Dicho autor define el narcisismo como el paso que se da en el proceso de personalización hacia el “individualismo total”. Este último refiere al momento en que al sujeto sólo le interesa el desarrollo de su propio “yo” volviéndose su propia alteridad, con una concreta anulación del otro, es decir verse siempre en un espejo. La fuente en la cual se reconocen los hermanos es el torpedo de Espe que enumera las características de un potencial suicida, pero el principal espejo reflector escogido por Infante es la palabra, pues es a través del diálogo que transmite al espectador la atmósfera del profundo caudal dramático que subyace a las situaciones aparentermente estáticas. Lo relatado no son meras anécdotas: permiten que el conflicto presente sea calibrado y reinterpretado a la luz de una serie de acontecimientos que llevaron a los personajes al límite de su resistencia sicológica y moral. Los signos linguísticos y sintaxis utilizados poseen su fuente en un estilo empleado en jóvenes de clase alta en el Chile de hoy, aunque la intensidad dramática reside subterráneamente en un juego de atmósferas y claves gestuales que traspasan la aparente inmovilidad de las palabras para manifestar los cambios interiores de los personajes. De esta manera, a medida que Esperanza y Clemente ven retratado su estado anímico y espiritual en el decálogo suicida, como resultado del juego pierden su inocencia, su inconsciencia inicial, pues se enfrascan en una agudización progresiva del conflicto dramático radicada en sus complejos mecanismos psicológicos de los personajes, insertos en un delicado cruce de lo social-cultural con lo familiar-individual.
En la época contemporánea, la educación autoritaria y mecánica cede el paso al régimen homeopático y cibernético. El derecho de la libertad pasa de estar circunscrito a lo económico-político a instalarse en las costumbres y en lo cotidiano. Vivir sin represiones, escoger el modo de existencia. Esperanza y Clemente se burlan de los modernos métodos educativos de su colegio de elite, que supuestamente fomentan el aprendizaje práctico de las cosas e ironizan la moda de las nuevas alimentaciones naturistas de su madre, mientras juegan a mencionar todas las palabras que llevan el prefijo auto- utilizadas para definir el libre-servicio. Lo paradojal es que una sociedad que se supone pro-libertaria, regida por el consumo y formada por individuos atraídos por “la seducción” de la multiplicidad de elecciones privadas y ofertas de autosatisfacción, sin darse demasiado cuenta, somete paulatinamente al sujeto en una espiral de “destrucción cool” es decir, un proceso de aislamiento en el que cada cual se observa, se comprueba sobre sí mismo en busca de la verdad y su propio bienestar, por tanto, cada individuo sólo esta preocupado de gestionar de la mejor manera su capital estético, afectivo, psíquico. Clemente desea unos esquí nuevos y Esperanza aumentarse el busto y la no realización de estos objetivos parecen ser la causa principal de su frustación y de su sensación de estancamiento, pues ambos se caracterizan por la vulnerabilidad (disfrazada de indiferencia) puesto que cualquier problema personal-familiar toma dimensiones desmesuradas, mientras que la soledad es un hecho cotidiano, una banalidad.
Esperanza y Clemente no son adolescentes indiferentes, entendiendo que esto significa que son pasivos o resignados, lo que tienen es “anemia emocional”, es decir, escasez no ausencia de motivación. Su indiferencia es gatillada por la saturación, por la aceleración de las experiencias, por el exceso de información ( debido a la proliferación del mass media, se sucede impidiendo emoción duradera) Así, se vuelve eterna e insaciable la búsqueda de sensaciones inmediatas, el deseo de sentir más, de vibrar.(...) En un momento, Esperanza se expresa sarcásticamente uniendo slogans publicitarios: la imagen es nada, porque la vida es ahora, la libertad es tuya, etc. La de ellos, es apatía hecha por hipersensibilización al mundo (que luego se traduce en vacío), inducida por el campo vertiginoso de las posibilidades, el cual les origina un sentimiento de reiteración y estancamiento. La libertad del consumo se vuelve una forma aprobada de esclavitud. Los personajes buscan la realización inmediata, puesto que el futuro ya no es sinónimo de progreso sino más bien resulta amenazante. Ambos confiesan temerle a la vejez y a la muerte. No quieren ser padres porque los padres no quieren ni conocen realmente a sus hijos y sobre todo porque los hijos no quieren ser hijos.
Hasta antes de identificarse con lo escrito en el torpedo ambos enfrentaban el vacío con normalidad, sin sentimientos de tragedia existencial. La angustia y el dolor pasan por la toma de conciencia. Clemente recuerda como un evento extraordinario el día en que vió a su padre llorar y siente culpa sin saber de qué ¿”Se puede sentir culpa ajena, así como vergüenza ajena”? Le pregunta a su hermana. Está aburrido de estar aburrido. En definitiva, los dos advierten que están hastiados de su entorno y de ser quienes son. Al igual que en el universo Radriganiano, la estructura dramática manifiesta la impotencia de los protagonistas para transformar su situación de aislamiento en un sistema de relaciones establecidas, al no poder desarrollar un encuentro con sus antagonistas fundamentales. Sus familiares no logran aliviar sus tensiones, convirtiéndose en un antagonista más, o sumándose a su problemática sin lograr colaborar a su superación. En un estremecedor acto final buscan culpables ¿El profesor de religión?, ¿El colegio? ¿Sus padres? ¿Dios? “Dios no existe” aclara Esperanza. Si no es Dios ¿quién?. La falta de un antagonista dramático, presente en la escena, aquel que simboliza al sistema socio-histórico-económico-cultural o a la vida como tal, hace que no tengan la posibilidad de transmitir o negociar el conflicto con los responsables, de los cuales tampoco proviene ninguna acción de alivio. De aquí que Esperanza, luego de la transformación de su conciencia sólo le quede absorber toda la carga emocional de su soledad y degradación. La única salida que le otorga dignidad, que le permite dar una señal de protesta es el aislamiento absoluto. Esperanza se suicida, mientras que Clemente que no tuvo tal valentía, sigue enfrascado en un sistema social-familiar, cuyas dinámicas permanecen inconmovibles, reiterando una vez más el ciclo de su violencia estructural.

domingo, enero 01, 2006

Horas altas (en año nuevo)

En esta hora fluvial
hoy no es ayer
y aún parece muy lejos la mañana

Hay un azoro múltiple
extrañeza
 de estar aquí de ser
 en un ahora tan feroz
 que ni siquiera tiene fecha

¿Son las últimas horas de este ayer
o el instante en que se abre
otro mañana?

Se me ha perdido el mundo
y no sé cuándo
comienza el tiempo
de empezar de nuevo

Vamos a ciegas en la oscuridad
Caminamos a oscuras
 en el fuego

De: Islas a la deriva, JOSÉ EMILIO PACHECO